viernes, 7 de noviembre de 2008
Los Aché: solidaridad y recuerdo desde la Argentina
Comunidad indígena de Caazapá espera recibir en enero importante aporte solidario reunido por paraguayos en Buenos Aires.
Fátima Rodríguez, APE-Buenos Aires.
Domingo 02 de noviembre. Nadie puede negarse a sumar en la “Cruzada Solidaria” organizada por el MOREI (Movimiento de Recuperación Institucional) en el Deportivo Paraguayo. La cuestión es simple: Compartir música, alegría, historias, chistes malos, chistes de caciques, lo que sea, con otros paraguayos y argentinos que quisieran ayudar de alguna forma a la comunidad indígena Aché Guayakí de Ypetymi Caazapá. Una bolsita de harina, ropa, leche, zapatos, colchones, abrigos, ropas de verano no cambiarán el mundo, pero sí ayudará porque la cuestión es simple: solidaridad.
“A veces, nos quejamos demasiado de nuestra suerte de ser desterrado, de estar fuera del país. Sin embargo, cuando uno ve a las comunidades indígenas sentimos que lo nuestro es nada comparado con ellos que son desterrados dentro del propio país”, comenta uno.
“No se trata de hacer asistencialismo, es comprometerse también con la causa. Ojalá que el presidente Lugo, quien había hablado de los indígenas en su discurso de asunción no se olvide de su promesa y pueda cambiar algo en nuestro país. Lo importante es que nosotros hagamos algo, lo que podamos, todo lo que podamos que puede ser poco, para modificar la realidad”, dice otro.
Mientras tanto, Eladio Yakuvachugi, explica a unos que su apellido significa “Pájaro enorme que vuela alto” y cuenta chistes de cacique en ronda. Fernando Arévalo es coordinador indígena departamental de Caazapá, es decir, es como “el cacique de los caciques”. Eladio y Fernando están en Buenos Aires a contar de la situación de su comunidad “Ypetymi” dónde llegarán en enero próximo las cerca de 40 cajas de provisiones que se ha logrado juntar gracias a la solidaridad.
Femando ha contado a los organizadores que muchas veces las ayudas no llegan a destino, por lo que los organizadores quieren asegurarse de que lo aportado por la gente en Buenos Aires sea entregado efectivamente a la comunidad indígena. Con alegría, la coordinadora del evento, Rufina Cazal explicó que la empresa Nuestra Señora de la Asunción se ha comprometido, mediante su gerente, a transportar las cajas de alimentos no perecederos y vestimenta que han logrado juntar este domingo.
“Esta idea surgió cuando fuimos a Aba´i en agosto pasado y nos encontramos con una situación muy dolorosa. Entonces, dijimos que quizá se podía hacer algo desde la alegría, desde la comunidad paraguaya. Así lo planteamos y hoy colaboran muchísimas personas sin distinción de colores, partidos políticos ni nada”, dice emocionada Rufina.
Los Aché- "hombre, persona, el que habla"- es la parcialidad indígena más perseguida del Paraguay históricamente. Los Aché han resistido al destierro y muchas veces han sido forzados a migrar y/o insertarse como “paraguayo” para sobrevivir. Tal es el caso de Fernando Arévalo, quién posee un apellido “paraguayo” y está casado con una “paraguaya”. Fernándo ahora tiene un contacto distinto con su comunidad, con sus raíces. “Anteriormente nos molestaba que nos dijeran Guayaki- (apodo que según algunos estudiosos fue puesto por los blancos y cuyo significado sería ratón de mono), pero actualmente, le hemos sacado el significado negativo a esa palabra y nos apropiamos de ellos. Ahora comprendemos y no nos sentimos avergonzados y estamos orgullosos de haber mantenido nuestra cultura y nuestra comunidad con el tiempo”, argumenta.
Eladio Yakuvachugi cuenta que sus abuelos e incluso su padre se molestaban cuando se le llamaba “guayaki”, pero que la generación actual ha asumido y está en un proceso diferente. En la comunidad de “Ypetymi” son 500 personas, de los cuales, 300 son niños. Ellos son los beneficiarios de la solidaridad, aunque tardará unas semanas para llegar. Más vale tarde, pero seguro.
ANECDOTARIO: TATI Y SUS HISTORIAS DE PANKORO Y KOKE.
Hasta la adolescencia Tati vivió lugar llamado Torín Cué, cerca de la colonia Cerro Morotí de los Aché Guayaki en Caaguazú. Su casa era la casa más cercana a la comunidad indígena. El encuentro en el Deportivo Paraguayo en Buenos Aires evocó las historias de su infancia.
Tati es periodista. De chiquita, soñaba con ser entrevistadora y sus primos de Asunción se burlaban de ella diciéndoles: “¿Y qué? ¿Vas a hacer reportajes a tus amigos, los Ac hé?” Y ahora ella sonríe recordando su infancia y en especial con Pankoro y Koke, dos héroes-antihéroes- mito-persona- de su niñez
Pankoro tenía en el cuello los colmillos de cuántos animales silvestre había casado. Algunos decían que llevaba hasta colmillo de humanos pues él había peleado en no se sabe cuántas extrañas batallas. Al menos, los dientes que no estaban en su boca, Pankoro los tenía en el cuello. Traía un bastón de madera y caminaba despacio. Frecuentemente miraba al cielo como si conversara con el sol o con el celeste de signos que sólo él podía identificar. Era un hombre respetado por “achés” y “paraguayos”. Así era Pankoro, sonriente. Dejaba ver sus encías cuando el padre de Tati le hacía bromas y le gustaban las bromas sobre los jóvenes de su comunidad. Cuando Pankoro venía a la casa de Tati, ella escondía a todas sus mascotas, porque por extraña razón los animales quedaban encantados con Pankoro. Decían que él hablaba el lenguaje de los animales, por eso conseguía que los animales le siguieran. A la tardecita, Pankoro subía el árido camino de Cerro Morotí con perros, gatos y mascotas de todas las layas.
Tati nunca perdonó a sus padres que hayan entregado su caballo “zaino viejo” a la familia de Pankoro. Ella recuerda que ese año las cosechas eran malas. En las vacaciones, sus hermanos y ella que recién iba al tercer grado debíamos recoger algodón “para pagar los estudios”, según la regla de la familia. Ella apenas lograba alzar “diez kilos al día” y su padre se preocupaba porque no podía pagar cohechadores y solos no podían al menos que dejase de mandar a la escuela a todos sus hijos.
Entonces, para milagro de la economía familiar y para desgracia de Tati, Pankoro cayó un día en la casa para pedir trabajo pues necesitaba comprar un caballo para el casamiento de su sobrina-pariente-hija. El padre de Tati hizo un trato macabro entonces. Los Aché, la comunidad entera se encargaría de recoger todas las dos hectáreas de algodón en dos horas a cambio de Zaino. La madre de Tati le dijo ese día que ella fuera a juntar las vacas en el brete sobre su Zaino y que aprovechara de galopar y despedirse de su caballo.
Llorar no fue suficiente, ni correrle a los Aché con garrote, ni zapatear, ni haber “ligado con arreador” para impedir que Zaino fuese entregado. Esa noche, Zaino fue el manjar. La fiesta estaba prevista para el fin de semana, pero se adelantó el casamiento para no encariñarse con la comida y para que la niña Tati no los odie.
Tati estaba molesta con Pankoro y con su padre. Pankoro lo sabía. Por eso, volvió otra vez a su casa después de dos semanas y le trajo un loro, ella dijo que no lo perdonaría jamás que se haya comido su Zaino, asado. Sin embargo, hoy recuerda que pronto se encariñó con el loro y Zaino es un recuerdo.
“KOKE NDERERAHATA”
No hay personas tan risueñas como los guayaki. A Tati le gustaba jugar con las niñas Aché durante las cosechas. Con ellas aprendió mucho de los Coatí, que era la mascota favorita de los de su barrio. Nunca entendió por qué dejaban de comer ellos para darle de comer a sus monos. En las vacaciones, Tati y su familia íban en carreta hasta la colonia para lavar la ropa y jugar con los niños. Traía huras y sarna que su madre le curaba con ácido de baterías. Ahora tiene en el brazo la marca de esos años, de cuando una hura se le incrustó en la carne y ninguna curabichera y ningún ácido respondió. Recuerda que estuvo como seis meses sin poder escribir en la escuela y luego, seis gusanos gigantes y peludos se le fueron extraídos en medio de un interminable alarido de niña traviesa.
Tati sabía que los Aché no llevaban niños ni comían humanos como creían su vecinos, porque ellos siempre venían a su casa. Sus padres les enseñaron a respetarlos muy a pesar de que el padre montaba a menudo en furia cuando las plantaciones enteras de sandías y melones eran arrasados por adolescentes guayaki a quienes poco importaba las advertencias y la importancia de tales frutos en la economía familiar de Tati. “Yvyguy osevä, Aché mba´e”(lo que sale de la tierra es de los Aché), respondían cuando se les reclamaba.
Con los Aché, Tati aprendió a hacer trampas de rama de mandioca para casar ynambú y comió su primer gusano: el mbuku. Ella superó sus barreras cuando los otros niños Aché le prometieron que ella sería muy inteligente si comía mbuku y así podría llegar a ser periodista. El mbuku, le explicaron, es el gusano del coco y tiene efecto directo sobre la masa del cerebro porque contiene muchas vitaminas porque se alimenta del coco y el pindó, fuente de la vida. Tati hizo el ritual porque quería ser inteligente y ser periodista. Y ahora, ella se cree inteligente y es periodista, aunque no es comprobable la influencia de los mbuku en su cerebro.
Tati le agujereó la frente a su hermana con un pilón (pesa) de algodón para que su hermana le pareciera a las niñas Aché. Le gustaba la alegría de ellas, pero temía a Koke, el viejo que nunca se vistió pantalones. Koke sólo usaba un paño como Pedro Picapiedras y no hablaba en guaraní jamás y menos con los “mberú”(paraguayos que le llamaban guayakí). Llevaba una flecha en la espalda y los niños dejaban de reír cuando él venía.
Nadie supo explicarle jamás cuál era la función de Koke. Lo cierto es que Eladio Yakuvachugi durante su visita en Buenos Aires le contó a Tati que Koke aún vive y tiene más de cien años. Que Pankoro ya está en la tierra porque para los Aché hay una sola vida: esta y no hay cielo.
Tati tiene muchos recuerdos con los Aché y ahora no puede asegurar que la idea sobre Koke fuese lo correcto. Lo bueno es que ahora puede aprender más de los Aché en Internet.
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