Los migrantes paraguayos en la urbe paulista sobreviven apenas en condiciones paupérrimas e infrahumanas. Entre otras cosas, por los problemas que conlleva la indocumentación, lo que les obliga a llevar jornadas laborales de hasta y 18 horas por día. La mayoría se dedica a la confección, percibiendo salarios ínfimos que no justifican el esfuerzo de migrar para poder ayudar a sus familiares que quedan en Paraguay.
De los 40 mil paraguayos en San Pablo, solo cinco mil de ellos cuentan con los documentos requeridos por las autorides. El estado paraguayo no colabora en absoluto, ni siquiera para asistir en los trámites burocráticos para una estadía legar de los compatriotas. Entre las denuncias de los migrantes, figura el desprecio de los empleados del consulado a los que acuden solicitando algún tipo ayuda en los casos de emergencias, o su mediación o asesoramiento para los casos de tramitación de las documentaciones de residencia.
El Consulado, está actualmente a cargo de Hernando Arteta, y cuenta con un equipo selecto de colaboradores . Entre éstos, puede citarse a María Esther Sánchez Galeano -actualmente desvinculada de la gestión diplomática-. El costo de cualquier trámite para los connacionales oscila entre 30 y hasta 150 dólares para cualquier gestión o agilización de expedientes que deben ser impulsados en la representación consular. Demás está decir que esta suma es elevadísima para las condiciones de vida de la gente que acude al consulado.
“Todo aquí significa dinero y en el Consulado nadie se mueve si no está de por medio la coima que, aunque a otros les resulte insignificante, para nosotros, que lidiamos todos los días para conseguir un pequeño ingreso para nuestra subsistencia, constituye una verdadera sangría. Es una verdaderamente vergüenza”, cuenta Humberto Jara, residente paraguayo en la ciudad paulista.
Casi en condiciones de esclavitud (fragmento extraido del diario Abc)
Las casi 40.000 personas que residen en dicha metrópolis provienen del campo, es decir, de ciudades del interior del país. Algunos ya tuvieron la suerte de establecer sus familias, formalizaron su residencia, viven en condición holgada, incluso forman parte de una colectividad de profesionales, que prestan aquí su servicio en el campo de la ingeniería, medicina, artes, entre otros rubros; empero, poco o casi nada asisten a los compatriotas paraguayos, que sobreviven en la miseria.
Y existen otros inmigrantes “ya legales” que se aprovechan de la situación de sus compatriotas indocumentados para explotarlos ya sea laboralmente o “vendiendo servicios”, como de placer, en los tugurios de São Paulo, donde abundan la promiscuidad, el alcohol, y en los últimos tiempos hasta la droga, que preocupa a un reducido grupo de paraguayos que busca por todos los medios asistirlos y providenciar alguna ayuda mediante colectas voluntarias entre la colectividad paraguaya, para los casos de urgencia.
Una villa de la populosa Guarulhos, distante a unos 35 kilómetros de São Paulo. Allí se encuentran las “oficinas” que ocupan a los ilegales. La vida diaria es precaria y difícil.
Existe ahora una novel organización denominada Asociación de Inmigrantes Paraguayos Residentes en São Paulo, que preside Bernardino Mora, un multifacético caaguazuense de 33 años, músico, diseñador de prendas de vestir y dueño de un pequeño taller de confección, que llegó hace 5 años del distrito de Vaquería y que con la cooperación del técnico metalúrgico Humberto Jara, ahora artesano, se encuentran encaminando gestiones de asistencia dirigidas a los connacionales.
Ambos explicaron que la “lucha es por la obtención de los documentos y contra la explotación de los paraguayos”.
Manifestaron que también el máximo deseo es llegar a instalar la Casa de los Paraguayos en São Paulo.
Uno de los barrios marginales paulistas, de los muchos que congregan a la colectividad de indocumentados procedentes de los países limítrofes al Brasil.
Los talleres clandestinos
Decíamos que los connacionales se dedican preferentemente a la confección y prestan servicios en las denominadas “oficinas” clandestinas (talleres), regenteadas generalmente por orientales, bolivianos y los mismos paraguayos, donde viven hacinados en altillos, en cuartos compartidos, insalubres, en medio de una precariedad franciscana, con salarios de hambre que promedian apenas los 600 reales (Unos 1.170.000 guaraníes).
Vienen del campo, y del machete y la asada, previa instrucción pertinente, pasan directamente a las máquinas industriales de coser, las overlock o las planchadoras también industriales, cumpliendo su tarea de costura o terminación (planchado), de lunes a sábado, empleando la jornada de descanso, es decir, los domingos, para consumir el explosivo menú: cachaza (caña), cachaca y el “techaga’u” (añoranza), que tarde o temprano provocan desastrosas consecuencias en sus vidas.