Literatura
Por Fátima Rodríguez
Por Fátima Rodríguez
Pensando que era una versión novelada de “La Guerra del Chaco” y contra los riesgos de mi economía de estudiante desempleada, compré el libro de Gaudí Calvo publicado este año por la Editorial Punto de Encuentro en Buenos Aires.
No soy crítica literaria, por lo tanto sólo puedo hacer las siguientes referencias que espero sean de utilidad para los amigos de este espacio:
1. El relato- como novela- es intenso y por lo tanto nadie puede quejarse del costo económico ni del tiempo invertido en la lectura. El desarrollo lineal –presentación-nudo-desenlace- de la trama junto con la buena pluma, apresan la atención desde el principio y hasta el final.
2. En términos de caracterización, podría cuestionarse algunos detalles al autor: como el lenguaje de los soldados y la descripción de algunos escenarios. Podríamos excusar a Gaudí por ser argentino y desconocer el contexto de la oralidad guaraní, pero no podemos justificar el lenguaje de sus personajes.
-Un soldado paraguayo habla de “gurí” en vez de “mita`i” al referirse al soldado niño Lucio Quispe.
Mi primera y última lengua es el guaraní, pero nunca escuché el término “gurí” hasta llegar a mis veintitantos a la Argentina. Un día vi a una actriz representando a una empleada doméstica paraguaya en un programa de televisión argentina y me llamó la atención los términos que utilizaba para referirse a los niños: “gurí”, “guríces”. ¿Pero cómo? Mita´i se dice en Paraguay, expliqué en vano.
Entonces, averiguando, me enteré que en Corrientes-Argentina, donde también se usa el guaraní- se aplicaba ese término como equivalente a “niño”. En fin, un detalle sin importancia supongo, pero que para un lector que considera la solidez de los personajes es fundamental.
La inclusión del guaraní en los diálogos ha sido siempre un problema para la literatura escrita. Sólo Augusto Roa Bastos había podido cruzar ese umbral de inconvertible tono oral al llevar las palabras escritas del guaraní con toda su carga de significaciones contextuales en mezcla con el español.
Igualmente, el texto revela que Gaudí tuvo presente esta dificultad del lenguaje.
Al menos, el hecho de que Quiróz haya estudiado en Buenos Aires , lo justifica un poco con su porteñísimo “Dejémonos de boludeces” y su capacidad psicoanalítica para llegar al absurdo.
Otro detalle que me llamó la atención es que el teniente Castillo Irala, originario de Lambaré, tuviera que tomar el tranvía para ir a su casa. Aquí hago una aclaración: puedo estar equivocada yo, pero en los años que viví en Asunción, jamás vi rastros del tranvía en Lambaré. Puede ser mi juventud o mi ignorancia, pero me llamó la atención.
3. La novela comienza de una forma extraña con un relato en primera persona, punto de vista absolutamente innecesario para mi gusto. Ese punto de vista sirve para entramar otros puntos de vistas en formas de “cables de guerra” que si bien sirven seguramente de contextualización para quienes no tienen mucha idea histórica de la guerra, personalmente me pareció redundancia inadecuada. Creo que el horror humano y el absurdo no necesitan más contextos que el de un campo de batalla. La novela hubiera tenido el mismo cometido sólo con las crudas historias de Quiróz, Quispe y Castillo Irala y sin cables de guerra. Finalmente, lo que se rescata de la lectura no es la historia de la guerra sino su absurdo a través de las historias personales de un teniente paraguayo que cae preso en las trincheras bolivianas, un soldado niño de Bolivia que es perseguido por sus compatriotas por no haber empuñado las armas cuando debió y la filosofía nihilista de Quiróz.
4. Visualmente está muy bien presentado el libro. Sólo hay muchos acentos gráficos donde no deben.
5. El texto reúne los requisitos para los docentes de literatura de Paraguay lo tuvieran en cuenta a la hora de hacer análisis con alumnos. El texto es sencillo, corto, apasionante y está lleno de descripciones cautivantes al estilo de García Márquez pero en el contexto de nuestra historia latinoamericana reciente; como la historia de Ávila que sobrevive a la tortura de llevar arriba el cadáver de su compañero hasta que es carcomido por los gusanos enteramente o el instinto de sobrevivencia que lleva a Castillo Irala a comer carne humana.
En fin, me gustó la novela. Está bien escrita en el sentido de que no aburre y me gustó la introducción sutil que el autor supo hacer sobre la problemática racista en Bolivia mediante los conflictos entre los prisioneros de guerra en el Paraguay. En síntesis: Libro recomendadísimo!